“Hasta ahora solo hemos recogido algunas piedritas de colores de la orilla”. Mas alla se encuentra un gran oceano de sabiduria”.
Issac Newton
Este oceano ha sido explorado y los hombres trazaron el mapa de continentes desconocidos de la ciencia que se descubrieron hace muchisimo tiempo. Es a ese conocimiento, al lado del cual nuestra ciencia es bastante poca cosa, a la que se llama alquimia.
1936, Cambridge: El más grande físico experimental de todos los tiempos, Lord Rutherford publica un libro. Es la suma de todos los descubrimientos. Le da el siguiente titulo “La alquimia mas reciente”.
1949, Marraquech: Sobre la plaza Djma el Fna, un viejo marroquí que lleva el turbante verde de los hadj se mueve laboriosamente alrededor de un horno que calienta un balón de vidrio herméticamente cerrado. A su lado el profesor Holmyard, de la Universidad de Oxford sigue la experiencia con atención y respeto. Finalmente dice: “Maestro le agradezco que me haya permitido ver lo que se podía mostrar a un profano de la muy Santa Alquimia”.
1967, Paris: El editor Jean-Jacques Pauvert reimprime el “Libro mudo de la alquimia” (Motus Liber), en su primera pagina se lee Edición original de La Rochelle, 1677. Introducción de Eugene Canseliet, discípulo de Fulcanelli.
Ayer, hoy, siempre, en todos los países, los hombres estudian la Alquimia, Algunos ven en ella una idea superada, una suerte de pre química ingenua de una época en que los conocimientos eran escasos y confusos. Pero la alquimia era mucho más que eso.
Ya en su tiempo los alquimistas sabían que la ciencia podía conducir a la ruina. Aunque no se sepa con certeza, pareciera que la idea de este peligro siempre les perteneció
¿De donde vinieron estos conocimientos?. No se sabe. Quizas podria ser un eco llegado desde alguna remota edad
Ciertamente la superioridad de los conocimientos en materias tales como la geometría y la arquitectura sacra, que poseían los templarios, halló su expresión en las catedrales góticas que hoy todavía podemos contemplar como otros tantos libros de piedra donde plasmaron los frutos de su excursión por los mundos de lo esotérico. En su exploración de todos los saberes, los templarios procuraron aumentar su dominio de la astronomía, la química, la cosmología, la navegación, la medicina y las matemáticas, las ventajas de cuya posesión no es necesario ponderar. Pero no limitaron a esto sus ambiciones en la búsqueda del conocimiento oculto: también persiguieron las respuestas a los grandes y eternos problemas. En la alquimia encontraron quizá la respuesta a algunos de ellos. Esta ciencia misteriosa que ellos abrazaron revelaba los secretos de la longevidad, según se ha creído en todo tiempo, o tal vez los de la inmortalidad física. Pues los templarios no se limitaron a desear una extensión de sus horizontes filosóficos o religiosos: también ambicionaron el poder definitivo, ser los amos del tiempo, vencer la tiranía de la vida y la muerte. A ellos les sucedió generación tras generación de «heréticos» que recogieron el guante y continuaron la tradición con fervor no disminuido. Muy grande fue la atracción de esos secretos, sin duda, para que tantas personas estuvieran dispuestas a arriesgarlo todo con tal de poseerlos, pero ¿en qué consistían? ¿Qué tenían las tradiciones de la Magdalena y de Juan el Bautista para provocar semejante celo y devoción? No se puede contestar a preguntas de este género, pero cabe apuntar tres posibles caminos:
La primera es que las peripecias de la Magdalena y de Juan el Bautista, puestas en relación nos ofrecen el secreto de lo que muchos creyeron ser la verdadera «cristiandad», la misión auténtica, antes de que aquélla se convirtiese en otra cosa muy diferente. Mientras en derredor se deterioraba la condición de la mujer y se degradaba la sexualidad, quedando en manos de clérigos las llaves de los cielos y de los infiernos, los heréticos buscaban consuelo e iluminación en los secretos de Juan y de la Magdalena. Por la mediación de esos dos «santos» podían unirse en secreto a la sucesión ininterrumpida de los adeptos gnósticos y paganos que se retrotraía al antiguo Egipto (y tal vez más atrás todavía): tal como enseñó Giordano Bruno, la religión egipcia era muy superior al cristianismo en todos los aspectos. Y como hemos mencionado, al menos un templario rechazó el símbolo fundamental del cristianismo, la cruz, por ser «demasiado joven».
- En vez del severo patriarcado del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (para entonces ya masculinizado), los seguidores de esa tradición secreta hallaban el equilibrio tradicional de la antigua trinidad Padre, Madre e Hijo.
- En vez de sufrir los remordimientos de la propia sexualidad, sabían por experiencia propia que ésta era una puerta de comunicación con Dios.
- En vez de permitir que un sacerdote les dijera cuál era la situación de su alma, buscaban la propia salvación directa por medio de la gnosis o conocimiento de lo divino.
- Todo eso ha venido castigándose con pena de muerte durante la mayor parte de los 2.000 años transcurridos, y todo proviene de las tradiciones secretas del Bautista y de la Magdalena. Como se ve, tenían motivos sobrados para guardarlas en clandestinidad.
La segunda razón del permanente atractivo de estas tradiciones fue que los heréticos mantenían vivo el conocimiento. Hoy tendemos a subestimar el poder que significaron las ciencias en el decurso de la Historia: un solo invento, el de la imprenta, bastó para revolucionar todo un mundo, e incluso que la gente y especialmente las mujeres supieran leer y escribir era poco habitual y se contemplaba con la mayor desconfianza por parte de la Iglesia. En cambio aquella tradición clandestina fomentaba activamente el afán de conocimientos incluso entre las féminas:
los alquimistas, hombres y mujeres, trabajaron largas horas a puerta cerrada movidos por el deseo de conocer grandes secretos que superaban las fronteras entre la magia, la sexualidad y la ciencia… no sin descubrir algunos de ellos, según todas las apariencias. El linaje ininterrumpido de esa tradición clandestina abarca los constructores de las pirámides, tal vez incluso los que erigieron la Esfinge, y los artífices que usaron los principios de la geometría sagrada y cuyos secretos hallaron expresión en la sublime belleza de las grandes catedrales góticas. Ésos fueron los forjadores de la civilización, preservada por ellos a través de la tradición secreta. (No por casualidad, sin duda, se creía que Osiris había transmitido a la humanidad los conocimientos necesarios para la cultura y la civilización.) Y tal como han revelado los libros recientes de Robert Bauval y Graham Hancock, algunos de los conocimientos científicos que poseyeron los antiguos egipcios aún no los ha alcanzado nuestra ciencia moderna. Una parte inseparable de ese linaje de científicos heréticos fueron los hermeticistas del Renacimiento, cuya exaltación de Sophia, la búsqueda del conocimiento y la naturaleza divina del Hombre nació, en principio, de las mismas raíces que el gnosticismo.
Alquimia, hermeticismo y gnosticismo nos retrotraen inevitablemente a la Alejandría de los tiempos de Jesús, que fue un extraordinario crisol de ideas. Por eso hallamos las mismas nociones inspiradoras en el Pistis Sophia y el Corpus Hermeticum de Hermes Trismegisto, que luego sobrevivieron en las obras de Simón el Mago y los textos sagrados de los mandeos.
Hemos visto cómo se relaciona explícitamente a Jesús con la magia de Egipto y con el Bautista y sus sucesores Simón el Mago y Dositeo. A todos ellos se les cita como «licenciados» de las escuelas ocultas de Alejandría. Y todas las tradiciones esotéricas de Occidente derivan de la misma raíz. Sería un error, sin embargo, creer que el conocimiento buscado por los templarios o los hermeticistas era sencillamente lo que hoy llamaríamos filosofía o ciencia. Cierto que estas disciplinas eran parte de lo que ellos anhelaban, pero la tradición secreta tiene además otra dimensión que no sería oportuno silenciar. Por debajo de todas las preocupaciones arquitectónicas, científicas y artísticas latía la búsqueda apasionada del poder mágico. ¿Por qué era esto tan importante para ellos? Tal vez hallaríamos la clave en los rumores sobre la «sujeción mágica» de Juan a los poderes de Jesús. Y quizá sea significativo que los templarios, que reverenciaban al Bautista por encima de todo, fuesen acusados de adorar en sus ritos más secretos una cabeza cortada.
El ocultismo fue la verdadera fuerza motriz de muchos pensadores tenidos comúnmente por «racionalistas», como Leonardo da Vinci y sir Isaac Newton, así como de los círculos interiores de organizaciones como los templarios, ciertos capítulos de la francmasonería y el Priorato de Sión. Entre esa larga filiación de magos secretos, podríamos incluir tal vez al Bautista y a Jesús. En una de las versiones menos conocidas de la leyenda del Grial, el objeto de la búsqueda es la cabeza cortada de un hombre, puesta en una bandeja. ¿Aludía esto a la cabeza del Bautista, a los extraños poderes de encantamiento que se le atribuían y que se transferían a quien la poseyese?
La Alquimia es muy antigua, se la encuentra en China unos 4500 años antes de JC. Un texto celebre mucho más reciente – alrededor del siglo XII – La Tabla de Esmeralda, retoma los grandes principios de esta “ciencia” y algunos de sus párrafos merecen ser citados.
“Es cierto, sin mentira, cierto y muy verdadero: lo que está abajo, es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para realizar los milagros de una sola cosa”.
“Y así como todas las cosas han sido y han venido del Uno, así todas estas cosas han nacido de esta cosa única, por adaptación. El sol es el padre, la luna es la madre, el viento lo ha llevado en su seno, la tierra es su nodriza: el telesma (perfección) de todo el mundo está aquí”.
“Su poder no tiene límites sobre la tierra. Tú separaras la tierra del fuego, lo sutil de lo espeso, dulcemente, con una gran industria. Sube de la tierra hacia el cielo, y vuelve a descender sobre la tierra, y recoge la fuerza de las cosas superiores e inferiores. Tú tendrás así toda la gloria del mundo, y gracias a esto toda oscuridad se alejara de ti. Es la fuerza, fuerte de toda fuerza, ya que ella vencerá toda cosa sutil y penetrara toda cosa solida”.
“Así fue creado el mundo”.
“He aquí la fuente de admirables adaptaciones indicadas acá”.
“Es por esto que te he llamado Hermes Trismegisto, al tener las tres partes de la filosofía universal. Lo que he dicho de la operación del sol está completo”.

Este texto es importante, incluso si parece oscuro en las primeras lecturas, porque expone la teoría de la unidad cósmica, al mismo tiempo que la receta de la Obra Filosofal. El autor parece saber que las estrellas extraen su energía de la transmutación de los elementos. Lo que él llama “la operación del sol” constituye la base misma de la construcción de las bombas de Hidrogeno. Luego quizás creyeron que era mejor que la “receta” continuara en el secreto. Los alquimistas desconfiaban, y es entonces cuando vemos reaparecer en el mundo científico contemporáneo las viejas ideas de los alquimistas: ciencia y ética están asociadas, y el secreto a veces es una necesidad.