Lo que en otros tiempos se llamaba tan sólo Languedoc – por el idioma del país, la Langue d’Oc– se extendía desde la Provenza hasta la región comprendida entre Toulouse y los Pirineos orientales. Hasta el siglo XIII en realidad ni siquiera formaba parte de Francia, sino que era feudo de los condes de Tolosa, teóricos vasallos de los reyes de Francia, pero en la práctica más ricos y poderosos que éstos.
El Languedoc es una región del sudeste de Francia, antiguamente llamada Gotia o región Narbonense.

Plaza de la Opera, Montpelier (Ciudad cabecera del Languedoc-Rosellón)

Viñedos junto al Mediterráneo, cerca de Montpelier

Palabas-les-Flots, en el Mediterráneo

“El país Cátaro” Camino a la Montaña Negra (cerca de Carcassonne)

Castillo Cátaro de D´Arques, en el Aude

El antiguo Languedoc siempre fue un reducto de ideas heréticas y heterodoxas, probablemente porque una cultura que favorece la búsqueda del conocimiento ha de ser tolerante con las ideas nuevas y radicales. Elemento central de ese medio ambiente fueron los trovadores, músicos peregrinos cuyas canciones de amor eran, esencialmente, himnos al Principio Femenino. Toda la tradición del amor cortés se centraba en la idealización de la feminidad y en la mujer ideal, la Diosa.
Hoy tenemos de ellos la idea que transmitió el romanticismo, pero también hubo erotismo de verdad en sus canciones. Sin embargo la influencia del movimiento se extendió mucho más allá del Languedoc, y tuvo especial arraigo en Alemania y Holanda, donde los llamaron Minnesinger, que significa literalmente cantores de la mujer, aunque en este caso referido a una mujer idealizada o arquetípica. Pues bien, ese Languedoc fue el primer escenario europeo de un genocidio cuando hubo una matanza de más de 200.000 seguidores de la herejía cátara, por mandato del papa, durante la cruzada albigense (que recibió su nombre de la ciudad de Albi, uno de los focos de la insurrección). Precisamente la Inquisición se creó para interrogar y exterminar a los cátaros. Aunque esta carnicería no ocupa en el imaginario moderno un lugar comparable al de otros holocaustos más recientes, lo cual sin duda se debe, sencillamente, a que la cruzada albigense tuvo lugar en el siglo XIII, todavía agita las pasiones de los occitanos. Algunos incluso aseguran la existencia de una secular conspiración oficial para echar tierra al asunto e impedir que el caso de los cátaros fuese más universalmente conocido.
Efectivamente, se esparció por todo el Mediodía “desde Bézier hasta Burdeos” una nueva herejía. Estos herejes se llamaban cataros o albigenses. Esta doctrina tuvo una gran difusión en Occitania, donde un nivel cultural más elevado facilitaba el desarrollo del espíritu crítico en los estamentos más doctos. Su ideal de justicia provocó la adhesión popular, y su ataque al poder temporal de la Iglesia suscitó las simpatías de la nobleza. Caracterizados por el rechazo total de la violencia, de la mentira y del juramento, los cátaros se mostraron a las poblaciones cristianas como unos predicadores de la Palabra de Dios, itinerantes y pobres individualmente.
Los cátaros compartían pacíficamente sus tierras y sus vidas con los habitantes católicos de la región. ¿Por qué, pues, fueron sometidos a una persecución tan furiosa?
Básicamente, podría decirse que la causa era que los “herejes” cátaros eran mucho mejores cristianos que los propios católicos. Eran muy populares y también muy respetados por los habitantes de las poblaciones locales, que se convertían simplemente por el ejemplo de la forma cátara de vida.
Al extenderse y reforzarse cada vez más el catarismo en el Languedoc, aumentaron las preocupaciones del Papa Inocencio III, que en esta herejía advertía una posible amenaza a la unidad cristiana. La muerte del legado papal Pierre de Castelnau, acaecida en 1208 en Saint-Guilles en circunstancias poco claras, fue el pretexto para desencadenar la represión armada contra los herejes cátaros y todos aquellos que, por motivos religiosos o por intereses políticos, los apoyaban. Fueron largos años de lucha feroz, caracterizados por asedios y batallas, matanzas y represalias, masacres y torturas; largos años iluminados tan sólo por los oscuros resplandores de las hogueras en las que quemaban a los herejes.
La cruzada albigense, que supuso la represión por la fuerza del catarismo occitano, tuvo una gran repercusión para Cataluña: representó el final de la expansión catalana en tierras occitanas, y que pasaran a formar parte del reino de Francia, a partir de la derrota sufrida por el rey Pedro I en Muret (1213), y también seria el comienzo de una importante emigración que contribuirá a la conquista de tierras musulmanas y beneficiaria la expansión catalana por Italia, gracias a la imagen tolerante de Cataluña, transmitida por los cátaros refugiados principalmente en Lombardía.
Esta forma de vivir la religión fue prácticamente exterminada durante la segunda mitad del siglo XIII, a pesar de qué todavía se mantuvieron algunos reductos en Occitania hasta el siglo XIV, y en Italia y Albania hasta el siglo XV, dejando, más allá de una larga obliteración, un mensaje vivo que da a quien quiera leerlos en la memoria de los documentos medievales: cristianismo sin condena eterna y sin cruz, rechazo del mal y de la violencia y total confianza en la bondad fundamental de la naturaleza humana.
“Sus costumbres son increíbles”, dijo San Bernardo. “No hacen mal a nadie, sus rostros están flacos y abatidos por los ayunos; no comen el pan de los perezosos y trabajan para sustentarse”…
Los trovadores, “que tan influyentes eran en la opinión pública, ayudaban con sus cantos a que se propagase la herejía”.
Aparte los cátaros, esta región era y ha sido siempre un centro de la alquimia. No pocas poblaciones conservan huellas de las preocupaciones alquímicas de sus habitantes, como las ornamentaciones con símbolos esotéricos que se pueden ver en muchos frentes de las casas de Alet-les-Bains, en las cercanías de Limoux. Hacia 1330 o 1340 saltaron en Toulouse y Carcasonne, las primeras acusaciones de hechicería con la descripción hoy convencional del aquelarre o Sabbath de las brujas. En 1335 la Inquisición de Toulouse acusó a sesenta y tres personas, a las que extrajo confesiones por los infalibles métodos habituales de la tortura y el tormento. Destacó especialmente una joven acusada, Anne-Marie de Georgel, de quien se considera generalmente que habló en nombre de los demás al describir sus creencias. Dijo que: “para ellos la tierra era campo de batalla entre dos dioses, el Señor de los Cielos y el Amo de este mundo. Y que ella y los demás apoyaban a este último porque estaban convencidos de que sería el ganador”. Lo cual pareció tal vez «hechicería» a los interrogadores, pero era puro y simple gnosticismo.
Ornamentación alquímica y pagana en el frente de las puertas en Alet-les Bains

Muchos elementos paganos sobrevivieron en estos parajes y aparecen todavía en los lugares más sorprendentes. Pues si bien es posible ver relieves del «Hombre Verde», ese primitivo dios de la vegetación que fue venerado en la mayoría de las comarcas rurales de Europa, incluso en iglesias por demás cristianas como la catedral de Norwich, no es tan normal que lo describan como descendiente de una divinidad del Antiguo Testamento. Como han escrito A. T. Mann y Jane Lyle: “Lilith consiguió hacerse un lugar en una iglesia, a saber, la catedral pirenaica de Saint-Bertrand-de-Comminges: hay en ésta un relieve que representa una mujer con alas y patas de pájaro que da a luz un personaje dionisíaco, el «Hombre Verde». Es una pequeña ciudad que dice haber tenido también la sepultura de Herodes Antipas, nada menos, el rey de Judea que mandó matar a Juan el Bautista.
Según Josefo, el historiador judeoromano del siglo I, el perverso triunvirato formado por Herodes, su intrigante esposa Herodías y su hijastra Salomé, la de la «danza de los siete velos», fue desterrado por los romanos a la ciudad gala de Lugdunum Convenarum, que es la actual Saint-Bertrand-de-Comminges. Allí Herodes desapareció sin dejar rastro, Salomé murió ahogada en un arroyo y Herodías sobrevivió en la leyenda local, convertida en la bruja mayor de un culto de aquelarres nocturnos.
Otra leyenda languedociana no menos llamativa es la que se refiere a la «Reina del Sur» (Reine du Midi), uno de los títulos de las condesas de Toulouse. En el folclore, la protectora de Tolosa de Languedoc es La Reine Pedauque, es decir la Reina Pata de Oca. Lo cual puede ser una alusión en el humorístico y esotérico «lenguaje de los pájaros» al País de Oc (Pays d’Oc, de pronunciación similar a Pedauque), pero los estudiosos franceses han identificado a ese personaje con la diosa asiria Anath, a su vez muy vinculada a la egipcia Isis. Y queda también la asociación evidente con Lilith, la diosa de pies de ave.
Veamos otro personaje legendario del país, Meridiana. Por el nombre parece vinculado al mediodía y al punto cardinal sur (ambos se dicen midi en francés). Su aparición más famosa aconteció cuando Gerberto de Aurillac (aprox. 940-1003), el futuro papa Silvestre II, viajó a España para aprender los secretos de la alquimia. Silvestre, propietario además de una cabeza parlante que le anunciaba el porvenir, recibió su sabiduría de esta Meridiana que le regaló «su cuerpo, sus riquezas y sus saberes mágicos», lo cual describe claramente algún tipo de conocimiento alquímico y esotérico que se transmitía mediante una iniciación sexual. Según la estudiosa y escritora norteamericana Bárbara G. Walker, el nombre de Meridiana es un compuesto de «María-Diana», es decir, que vincula a esa compleja divinidad pagana con las leyendas acerca de María Magdalena corrientes en el sur de Francia.
Las leyendas acerca de la Magdalena han viajado mucho más allá de la Provenza francesa, si bien los lugares asociados a su vida terrenal en Francia sólo se encuentran allí. Muchas anécdotas se refieren a ella en el Midi, más cerca de los Pirineos hacia el sudoeste y en la región de Ariège. Se dice que llevó a estas tierras el Santo Grial. Como cabía esperar, son también tierras de muchas Vírgenes negras, sobre todo en los Pirineos orientales. Tuvo también el Languedoc la máxima densidad de caballeros templarios en Europa hasta la supresión de la Orden a comienzos del siglo XIV, y todavía abundan allí las evocadoras ruinas de sus castillos y sus encomiendas. Tal parece ser que el culto a la Magdalena tuvo más ramas «heréticas» que las encontradas a primera vista en la Provenza, sin duda habría que buscarlas en esta otra región. Ciertamente una de las ciudades principales que vamos a encontrar en el recorrido desde Marsella fue escenario de increíbles pasiones en nombre de ella, y miles de sus habitantes perecieron de una muerte horrible en defensa de lo que ella significaba.
Bézier se encuentra en el actual departamento de Hérault, del Languedoc-Rosellón, y es una activa ciudad a escasos diez kilómetros del golfo de Lyón, en la costa mediterránea. En 1209 todos y cada uno de sus habitantes fueron perseguidos y muertos sin contemplaciones por los cruzados; el suceso se sale de lo habitual incluso en la crónica sangrienta, y muchas veces francamente extravagante, de aquella larga campaña. Lo narraron varios observadores contemporáneos, pero aquí nos atendremos al relato de Pierre des Vaux-de-Cernat, un monje cisterciense que escribió en 1213. No fue testigo presencial pero se basó en los relatos de cruzados que sí estuvieron allí.
Bézier se había convertido en una especie de refugio para los heréticos y por eso, cuando los cruzados la atacaron existía allí un enclave de 222 cátaros que vivían en la ciudad sin que nadie los molestase. Aunque no se sabe si el conde de Bézier era también cátaro, o sólo un simpatizante, el caso es que no hizo nada por perseguirlos o expulsarlos, y esto enfureció sobremanera a los cruzados. Éstos exigieron que los habitantes, católicos comunes y corrientes, entregaran a los cátaros o salieran de la ciudad dejando intramuros a los cátaros para que fuese más fácil exterminarlos. Aunque estas exigencias se plantearon bajo amenaza de excomunión – que no era baladí en aquella época de cercanía muy real del infierno-, y la alternativa parecía bastante generosa en el sentido de conceder a los católicos la oportunidad de salvarse de la inminente matanza, sucedió algo asombroso: los ciudadanos no quisieron cumplir ninguna de las dos condiciones.
Como escribió Vaux-de-Cernat, prefirieron «morir como heréticos que vivir como cristianos». Y de acuerdo con el informe que el papa recibió de sus enviados, los habitantes de la población juraron además defender a sus herejes.
En julio de 1209, por consiguiente, los cruzados entraron en Bézier. Después de ocuparla sin dificultad mataron a todo el mundo, hombres, mujeres, niños y clérigos, tras lo cual incendiaron la ciudad. Debieron de morir entre 16.000 y 20.000 personas, y recordemos que los heréticos eran poco más de doscientos. «No encontraron refugio ni bajo la cruz, ni ante el altar, ni junto al crucifijo.» Así fue que los cruzados preguntaron a los delegados del papa cómo distinguirían a los heréticos de los demás ciudadanos y recibieron la célebre contestación: «Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos». Se entiende fácilmente que los ciudadanos de Bézier quisieran defender su ciudad frente a las previsibles atrocidades por parte de un ejército enemigo, pero hay que recordar que se les había ofrecido salvoconducto. Y si el cuidado principal hubieran sido las propiedades, les habría bastado con entregar a los heréticos y retornar a sus actividades cotidianas sin pensarlo más. Pero lo que hicieron fue quedarse y firmar dos veces la sentencia de muerte cuando además juraron defender a los cátaros. ¿Qué ocurrió allí en realidad? En primer lugar hay que tener en cuenta la fecha exacta de la matanza, que fue el 22 de julio, fiesta de María Magdalena, detalle cuya singular importancia destacaron todos los autores contemporáneos. Y fue en la iglesia de la Magdalena de Bézier donde cuarenta años antes murió asesinado el señor local, Raymond Trencavel, por motivos que no han quedado claros. En Bézier al menos, la relación entre la Magdalena y la herejía no era casual, y además nos proporciona algunos atisbos sobre el trasfondo de la cruzada albigense en su conjunto.
Como escribió Pierre des Vaux-de-Cernat: Bézier fue tomada el día de santa María Magdalena, ¡oh justicia suprema de la Providencia! […] los heréticos afirmaban que santa María Magdalena había sido la concubina de Jesucristo […] era justo, por tanto, que esos perros repugnantes fuesen vencidos y exterminados en la festividad de aquella a quien habían agraviado]. Por más que la idea pareciese repugnante al buen monje y a los cruzados, es obvio que no escandalizaba a la gran mayoría de los ciudadanos que se pusieron activamente a favor de los herejes hasta la muerte. Lo cual indica con claridad que la creencia o tradición local en cuestión ejercía un ascendiente insólito en los corazones y las cabezas de aquellas gentes.
Los evangelios gnósticos y otros textos primitivos describen sin muchos eufemismos como unión sexual la relación entre María Magdalena y Jesús. Pero ¿es de creer que estuvieran al corriente de eso los habitantes de una pequeña ciudad medieval? Los evangelios gnósticos ni siquiera habían sido descubiertos (y aun en el supuesto de que se hubiese sabido algo de ellos, esas personas seguramente no habrían sido notificadas). Así pues, ¿de dónde provenía la tradición? El episodio vino a ser como el estreno general de la cruzada albigense, cuyos estragos en el Languedoc aún habrían de durar cuarenta años más y dejaron tales cicatrices en la conciencia colectiva de la población, que no incurre en un exceso de fantasía el que cree detectarlas aún. Pero entonces, ¿quiénes fueron esos cátaros cuyas creencias justificaron que se montase toda una cruzada? ¿Qué motivos tenía el poder establecido para temerlos tanto que juzgase necesario crear la Inquisición como arma concretamente asestada contra ellos?